viernes, abril 11, 2008

Entender al suelo que pisamos

Por: Oswaldo González Crisanto (*)

El Medio Ambiente into­cado, con su naturaleza inalterada, no va más. Hay que actuar sobre el mismo forzosamente, pero admi­nistrando la interrelaciones naturales que lo protegen. Eso ya no lo podemos evitar. Ahora ya somos muchos.

Pero ante cualquier plantea­miento sobre una definición de acciones, la reflexión de los conocimientos adquiridos y asimilados, hace la diferencia a la atrevida improvisación. La seguridad emana del hecho de que la convicción es fruto de esa experiencia que se asien­ta en el estudio y en las consta­taciones de prueba y error a la que se somete la práctica.


Más esto lo entiende el que tiene preparación profesional, pero sobre el territorio in ex­tenso actúa toda la población, fuera de normas, en su mayo­ría para subsistir como una prioridad. Esta no puede de­fender lo que no se le ha enseñado cómo hacerlo, para qué le sirve, porqué condicionará su vida futura ya su descenden­cia, etc. Y encima, ahora les hablan del calentamiento glo­bal y de catástrofes realmente posibles, pero que solo están informadas en el pequeño cír­culo de los que sienten y cono­cen el miedo de los felices, pe­ro no entre los que la pobreza no les deja opciones.

Los adultos de hoy son como una generación parcialmente pérdida para aprender masiva­mente el real significado de no depredar el medio ambiente. En cambio, el niño de hoy y de siempre, es la semilla de un fu­turo por cosechar. El real punto inicial del cambio, más aún en un país como el Perú, megadi­verso por excelencia y de geografíaa compleja.

Por eso el rubro de la Edu­cación Ambiental hasta hoy no oficializada a nivel esco­lar desde el inicio del conoci­mientoconefectotransversa1, ejercería una especie de poder tampón, regulador o previsor de los excesos en el uso indis­criminado de la naturaleza. Una especie de instinto natu­ral de conservación previsor que acompañaría al peruano toda su vida.

Para logrado, solo hay un camino: la educación desde el niño y la capacitación del maestro. Pero es en el niño donde está el primer escalón básico de su posibilidad bioló­gica, a condición, claro está, de que su ingesta alimentaría sea suficiente. En el adulto, el co­nocimiento ayuda, pero solo como lo hace el alimento tar­dío: llena pero no nutre.

Para entender entonces al suelo que pisamos, hay pues que conocerlo, tomar concien­cia del mismo. En el logro de esta posibilidad, es donde en­tra a tallar el tema de la pobreza y el hambre, dos realidades que por generaciones nos vie­nen marcando el compás, cual denominador común castra­dor de facultades. Todo un re­to insoslayable.

(*): Ingeniero Agrónomo.

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