jueves, mayo 07, 2009

Antes y después de Darwin

"El Origen de las especies" revolucionó nuestra manera de ver el mundo, pero gracias a lo descubierto desde muchos siglos antes

Por: Tomás Unger

Al celebrar los 150 años de la publicación de “El origen de las especies”, considero justo mencionar a los precursores. Darwin no llegó a las conclusiones revolucionarias que cambiaron nuestra visión del mundo por una inspiración súbita. Un acumulado de conocimientos sobre la naturaleza, desde la época de los griegos, precedió a la ciencia del siglo XIX.

FORMAS DE VIDA
Por milenios el hombre atribuyó la aparición de la vida en la Tierra a poderes sobrenaturales. Los seres vivientes tenían una función que les había asignado su creador. Los griegos fueron los primeros que los clasificaron en dos categorías fácilmente observables: las plantas que no se mueven perceptiblemente y los que forman el reino animal y tienen en común el moverse. Aristóteles clasificó a los animales en los que tienen sangre roja y los que no la tienen, excluyendo a muchos animales inferiores que tienen sangre de distinto color.

La observación de la naturaleza llevó a notar las características comunes de la vida animal y dudar sobre la inmutabilidad de las especies. A medida que la observación de la vida se hizo más acuciosa y contó con mejores recursos, surgieron dudas sobre el dogma. Durante un largo período el dogma explicaba todo sin que fuera cuestionado, pero en el Renacimiento surgieron preguntas inquietantes. Fue un largo proceso de observación y descubrimientos, más los planteamientos de Malthus, los que eventualmente culminaron con la tesis de Darwin.

LA GENERACIÓN ESPONTÁNEA
Entre las creencias más arraigadas estaba la de la generación espontánea, por la que los animales inferiores se podían originar a partir de la materia inerte. Los ratones surgían solos en la basura, los gusanos de la carne descompuesta, los renacuajos del barro, etc. Aristóteles creyó en la generación espontánea, que la Iglesia de la Edad Media aceptó. La generación espontánea no estaba enfrentada con la Teología, pues era un acto continuo de creación, y fue aceptada por santo Tomás de Aquino. No debe sorprender que hasta Newton creyera en la generación espontánea.

El primero en cuestionarla fue Francesco Redi, un médico italiano del siglo XVII. Con un experimento en que dejó carne en diversos tarros, unos abiertos y otros cerrados, demostró que en aquellos en los que no podían posarse moscas ni entrar materias extrañas no se produjeron gusanos. Con esto parecería que la generación espontánea quedaría desacreditada; sin embargo, cuando se descubrieron los microbios la idea resurgió. Resultaba fácil descubrir microorganismos en cualquier sustancia, pero era difícil establecer condiciones experimentales que descartaran a ciencia cierta su generación espontánea. En 1765, otro científico italiano se propuso demostrar que la generación espontánea no existe, en este caso microbios.

Lazzaro Spallanzani, al hervir pan y aislarlo, demostró que las bacterias se dividen y multiplican, pero no se generan espontáneamente. Los partidarios de la generación espontánea no se dieron por vencidos, y hablaban de un “principio vital” supuestamente eliminado al hervir el pan. Recién Pasteur, a fines del siglo XIX, con experimentos ingeniosos y apoyado en su prestigio, acabó definitivamente con la generación espontánea.

"Por milenios el hombre atribuyo la aparición de la vida en la Tierra a poderes sobrenaturales"

FÓSILES Y MICROSCOPIO
Desde la antigüedad se habían encontrado fósiles de animales inexistentes ya en lugares que no les correspondían, como conchas marinas en las montañas. Los fósiles planteaban otra interrogante sin respuesta: ¿por qué Dios, luego de crear a todos los seres y salvarlos del diluvio, permitió que muchos desaparecieran? En el Renacimiento, Leonardo da Vinci y Fracastoro (dos italianos que se adelantaron a su época) postularon que los fósiles encontrados en los Alpes eran animales que vivieron en el mar hacía mucho tiempo cuando esas montañas eran fondo marino.

El avance de la fabricación de lentes crearía nuevas incógnitas sobre la naturaleza de la vida. En 1676 el holandés Leeuwenhoek inventó el microscopio y miró una gota de agua. Con asombro observó que en ella había pequeños seres vivos, invisibles al ojo. Esta observación y las que la siguieron abrieron una nueva ventana al mundo natural.

Los conocimientos acumulados —los fósiles y los bichos de Leeuwenhoek, vistos en los nuevos microscopios— llevaron a los científicos del siglo XVIII a cuestionar las creencias vigentes. Parecía haber una cadena de rasgos comunes entre los seres vivientes. La observación de la naturaleza, estimulada por el descubrimiento del Nuevo Mundo y las exploraciones, permitió a los clasificadores de organismos vivientes detectar una transición entre especies.

"¿Por qué Dios, luego de crear a todos los seres y salvarlos del diluvio, permitió que muchos desaparecieran?"

LINNEO Y LAMARCK
El sueco Linneo (1707-1778) —el gran clasificador cuyos esquemas se respetan hasta hoy— definió rasgos comunes que agrupan animales aparentemente diversos. Gracias a Linneo, los que tenemos vértebras, desde las lagartijas hasta los elefantes pasando por los humanos, somos vertebrados.

Los naturalistas notaron otras características que se repiten en los seres más variados. Una de ellas es la simetría. Desde los insectos hasta los primates somos simétricos con respecto a un eje, las extremidades y órganos dobles a los lados y las aperturas al centro.

El primero en plantear la posibilidad de que las diversas formas de vida estuvieran relacionadas y que unas han “transmutado” en otras, fue el francés Jean-Baptiste Lamarck (1744-1829). La trascendencia de su idea es difícil de imaginar hoy. Por milenios nadie había cuestionado la creación. Si bien la experiencia demostraba que, manipulando cruces, se podía lograr vacas más grandes, perros más bravos o carneros con más lana, nadie había pensado jamás que un animal podía convertirse en otro. Además, la idea se enfrentaba al dogma de la creación.

DESPUÉS DE DARWIN
Al cuestionarse la creación y desaparecer la generación espontánea, se hacía evidente la continuidad y el parentesco de especies, que planteaba nuevas interrogantes. Darwin, con “El origen de las especies” dio la respuesta (ver esta página del 3 de febrero del 2009). La evolución de Darwin planteó otras interrogantes, cuya respuesta se encontraría eventualmente a través de la bioquímica, en el descubrimiento más importante de la biología del siglo XX: la estructura del código genético por Watson y Crick en 1953.

El proceso que culminó con el descubrimiento del ADN se inició en 1869, cuando el químico suizo Miescher descubrió en los núcleos de las células un ácido diferente de las proteínas: el ácido nucleico. El químico alemán Hoppe-Seyler lo aisló y su discípulo A. Kossel encontró en él cuatro compuestos nitrogenados que denominó adenina, guanina, citosina y timina, las cuatro letras (A, G, T, C,) del código de la vida, y ganó el Premio Nobel en 1910. Los descubrimientos que siguieron dieron origen a la biología molecular moderna que confirma la evolución planteada por Darwin, quien murió 91 años antes del descubrimiento de Watson y Crick y sin conocer siquiera las leyes de la herencia de Mendel.