Por: Oswaldo González Crisanto (*)
El Medio Ambiente intocado, con su naturaleza inalterada, no va más. Hay que actuar sobre el mismo forzosamente, pero administrando la interrelaciones naturales que lo protegen. Eso ya no lo podemos evitar. Ahora ya somos muchos.
Pero ante cualquier planteamiento sobre una definición de acciones, la reflexión de los conocimientos adquiridos y asimilados, hace la diferencia a la atrevida improvisación. La seguridad emana del hecho de que la convicción es fruto de esa experiencia que se asienta en el estudio y en las constataciones de prueba y error a la que se somete la práctica.
Más esto lo entiende el que tiene preparación profesional, pero sobre el territorio in extenso actúa toda la población, fuera de normas, en su mayoría para subsistir como una prioridad. Esta no puede defender lo que no se le ha enseñado cómo hacerlo, para qué le sirve, porqué condicionará su vida futura ya su descendencia, etc. Y encima, ahora les hablan del calentamiento global y de catástrofes realmente posibles, pero que solo están informadas en el pequeño círculo de los que sienten y conocen el miedo de los felices, pero no entre los que la pobreza no les deja opciones.
Los adultos de hoy son como una generación parcialmente pérdida para aprender masivamente el real significado de no depredar el medio ambiente. En cambio, el niño de hoy y de siempre, es la semilla de un futuro por cosechar. El real punto inicial del cambio, más aún en un país como el Perú, megadiverso por excelencia y de geografíaa compleja.
Por eso el rubro de la Educación Ambiental hasta hoy no oficializada a nivel escolar desde el inicio del conocimientoconefectotransversa1, ejercería una especie de poder tampón, regulador o previsor de los excesos en el uso indiscriminado de la naturaleza. Una especie de instinto natural de conservación previsor que acompañaría al peruano toda su vida.
Para logrado, solo hay un camino: la educación desde el niño y la capacitación del maestro. Pero es en el niño donde está el primer escalón básico de su posibilidad biológica, a condición, claro está, de que su ingesta alimentaría sea suficiente. En el adulto, el conocimiento ayuda, pero solo como lo hace el alimento tardío: llena pero no nutre.
Para entender entonces al suelo que pisamos, hay pues que conocerlo, tomar conciencia del mismo. En el logro de esta posibilidad, es donde entra a tallar el tema de la pobreza y el hambre, dos realidades que por generaciones nos vienen marcando el compás, cual denominador común castrador de facultades. Todo un reto insoslayable.
(*): Ingeniero Agrónomo.
El Medio Ambiente intocado, con su naturaleza inalterada, no va más. Hay que actuar sobre el mismo forzosamente, pero administrando la interrelaciones naturales que lo protegen. Eso ya no lo podemos evitar. Ahora ya somos muchos.
Pero ante cualquier planteamiento sobre una definición de acciones, la reflexión de los conocimientos adquiridos y asimilados, hace la diferencia a la atrevida improvisación. La seguridad emana del hecho de que la convicción es fruto de esa experiencia que se asienta en el estudio y en las constataciones de prueba y error a la que se somete la práctica.
Más esto lo entiende el que tiene preparación profesional, pero sobre el territorio in extenso actúa toda la población, fuera de normas, en su mayoría para subsistir como una prioridad. Esta no puede defender lo que no se le ha enseñado cómo hacerlo, para qué le sirve, porqué condicionará su vida futura ya su descendencia, etc. Y encima, ahora les hablan del calentamiento global y de catástrofes realmente posibles, pero que solo están informadas en el pequeño círculo de los que sienten y conocen el miedo de los felices, pero no entre los que la pobreza no les deja opciones.
Los adultos de hoy son como una generación parcialmente pérdida para aprender masivamente el real significado de no depredar el medio ambiente. En cambio, el niño de hoy y de siempre, es la semilla de un futuro por cosechar. El real punto inicial del cambio, más aún en un país como el Perú, megadiverso por excelencia y de geografíaa compleja.
Por eso el rubro de la Educación Ambiental hasta hoy no oficializada a nivel escolar desde el inicio del conocimientoconefectotransversa1, ejercería una especie de poder tampón, regulador o previsor de los excesos en el uso indiscriminado de la naturaleza. Una especie de instinto natural de conservación previsor que acompañaría al peruano toda su vida.
Para logrado, solo hay un camino: la educación desde el niño y la capacitación del maestro. Pero es en el niño donde está el primer escalón básico de su posibilidad biológica, a condición, claro está, de que su ingesta alimentaría sea suficiente. En el adulto, el conocimiento ayuda, pero solo como lo hace el alimento tardío: llena pero no nutre.
Para entender entonces al suelo que pisamos, hay pues que conocerlo, tomar conciencia del mismo. En el logro de esta posibilidad, es donde entra a tallar el tema de la pobreza y el hambre, dos realidades que por generaciones nos vienen marcando el compás, cual denominador común castrador de facultades. Todo un reto insoslayable.
(*): Ingeniero Agrónomo.
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